Probablemente la pieza más interesante de esta impactante nueva serie de pinturas de Guillermo Muñoz Vera sea la tela Los Geógrafos. Es una composición compleja, que muestra el virtuoso poder del artista en la representación realística en su más amplia extensión. Es también compleja en su simbolismo. Lo que vemos es un muro de ladrillos, que evidentemente pertenece a una época. Esto establece el plano frontal de la pintura. En medio de este muro hay una escena, que asumimos situada en lo alto del edificio, ofreciendo una amplia vista que no estamos invitados a compartir. La parte inferior de esta escena está cerrada por una simple barandilla de madera, e inclinado sobre esta barandilla se encuentra un hombre con sobria vestimenta del siglo XVII, mirando hacia fuera, y ligeramente a su izquierda. Su expresión es contemplativa y contenida. Detrás de él, podemos ver una habitación tenuemente iluminada, con una vela encendida sobre la mesa, en la que también hay un globo terráqueo, lo que parecen mapas y unos libros con encuadernación de vitela. En la pared cuelga una pintura, que reconocemos inmediatamente como la famosa obra de Vermeer – El Geógrafo, cuya localización real es Städelsches Kunstinstitut, en Frankfurt. La figura en la pintura de Vermeer se supone que es el microbiólogo Antonie van Leeuwenhoek, contemporáneo de Vermeer en la ciudad de Delft, y albacea del testamento del pintor. Leeuwenhoek parece ser que posó también para El Astrónomo, pareja de la obra anterior. Algunos historiadores de arte han especulado sobre si Leeuwenhoek, que era además un experto en el uso de lentes, ayudó a Vermeer a construir la cámara oscura que se supone el artista utilizó cuando pintó estas obras.
Si uno pone esta pintura en el contexto sugerido por el título de la serie completa, Terra Australis Incognita, hay varias lecturas posibles. Terra Australis era el nombre con el que designaba a un supuesto y vasto nuevo continente situado en el hemisferio sur. La idea de la existencia de esta masa de tierra fue propuesta por Aristóteles y, más tarde, elaborada por el geógrafo griego Ptolomeo, que vivió en el siglo II d.C. La idea que debía existir semejante continente obsesionaba a muchos destacados científicos y aventureros de la Era de los Descubrimientos, que se extiende desde los últimos años del siglo XV hasta mediados del XVIII. Algunos mapas de mediados del XVI en realidad mostraban su existencia como un hecho. En 1576 Juan Fernández, un explorador español que navegó desde el país natal de Muñoz Vera, Chile, aseguraba que la había descubierto, y la historia ha resonado en el imaginario chileno desde entonces. De hecho, es posible que Fernández fuera el primer europeo en avistar Nueva Zelanda mucho antes que el capitán Cook.
Estas obras son por ello esencialmente un tributo al poder y la imaginación humana. El hombre en primer plano, observando algo que no podemos ver, sueña con cosas que no existen, pero que pueden existir si pone la suficiente fuerza de voluntad en imaginarlas. Si el personaje de Vermeer es de hecho Leeuwenhoek, esto añade un lustre interesante a la situación. Leeuwenhoek es famoso por su descubrimiento de los animalicules – entidades vivas, demasiado pequeñas para ser visibles por el ojo humano. Este descubrimiento fue posible por la rápida mejora de las lentes durante el periodo en el que vivió. Los animalicules invisibles, metafóricamente hablando, ocupan un universo paralelo al que nos es conocido.
Otra pintura importante, extremadamente ambiciosa por la cantidad de figuras que contiene, es la titulada El Nuevo Mundo según Lope. Se refiere a la muy conocida obra del prolífico escritor del Siglo de Oro español, Lope de Vega. El título completo de la obra es: El Nuevo Mundo descubierto por Cristóbal Colón. El público, todos hombres, aparece mirando la representación de la obra, en algunos casos no muy atentamente. Y aquí, también, está el recurso de una pintura dentro de una pintura. Colgando contra los muros del patio aparecen telas pintadas y una representación colorida de los “Indios”. Los personajes de la obra, cuando uno la consulta, es una extraña mezcla. Los que aparecen son, el mismo Colón, el Rey y la Reina de España, el Duque de Medina Sidonia, la Religión Cristiana y la Idolatría [ambos personificados], un demonio y, seguramente, varios habitantes aborígenes del nuevo mundo que Colón descubrió. La obra es a menudo discutida conjuntamente con La Tempestad de Shakespeare, como una de las primeras representaciones de la idea del Otro – Esto es, como seres considerados esencialmente excluidos o extraños. La idea fue introducida en la filosofía por Hegel.
Según Hegel, un “Yo” encuentra a otro “Yo”, siente que esto compromete su propia identidad y el control del mundo que habita. La elección es, o bien ignorar a ese Otro, o verlo como una amenaza contra el que hay que luchar para someterlo y esclavizarlo. Es fácil ver como esto se relaciona con el mito de Terra Australis.
Otras pinturas en la serie juegan un amplio papel de diversas formas, con la idea central que hemos tocado aquí. Muchas son composiciones de naturalezas muertas de una extremada habilidad, que representan globos y objetos relacionados, como astrolabios y esferas armilares. Un bodegón, sin embargo, el de La Araucania, destaca el casco de un conquistador español y un cuerno para cargar pólvora, en contraste con los instrumentos musicales típicos de la región del sur de Chile que los españoles nunca conquistaron completamente. El impulso de la conquista es emparejado irónicamente en la composición con el impulso de crear. Algunos lienzos muestran barcos de vela navegando en el mar. Barcos históricos, no modernos, emblemas de las aventuras de los primeros viajes, como el de Juan Fernández antes mencionado, navegando a regiones del mundo entonces desconocidas.
La serie de pinturas de Terra Australis Incognita son virtuosas representaciones, contribuciones a una tradición de continuidad del arte realista que sigue creciendo tanto en España como en América Latina. Aún, además, expresan algo considerable-mente mayor. El realismo resuena porque es un vehículo para la meditación sobre la condición del ser humano, arrojado a la deriva en un creciente mundo incierto, aún así siempre consciente de que puede haber algo más, un territorio enteramente nuevo, más allá del horizonte visible.
Las pinturas son Post Modernas en el sentido en que hacen uso constante de las fórmulas prestadas directamente de los Viejos Maestros. Esto es particularmente así en los bodegones compuestos por objetos revalorizados por el tiempo – la calavera, un reloj de arena, una pila de libros antiguos, con ninguna inclusión moderna. Las composiciones están a menudo deliberadamente basadas en aquellas que utilizaron los holandeses y españoles, pintores de bodegones de la primera mitad del siglo XVII – comparando, por ejemplo, el Vanitas de Muñoz Vera con obras de los mismos temas hechos por Jan Davidszoon de Heem [1606-1684]. Pero, siempre hay una nota de escéptica ironía que nos asegura que hay un trabajo contemporáneo, un espejo de nuestras inquietudes, una constante insatisfecha sensibilidad. El siempre escurridizo gran continente del sur está, en palabras de Muñoz Vera, dispuesto para nosotros, todavía por descubrir.
[*] Nacido en 1933 en Kingston, Jamaica, Edward Lucie-Smith se estableció en Gran Bretaña en 1946; allí se formó en King's School, Canterbury y en Merton College, Oxford, donde estudió Historia. Historiador y crítico ha escrito más de sesenta libros sobre arte. Internacionalmente reconocido es, además, autor de libros de poesía, antologista y fotógrafo.