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La divinidades son necesarias porque hacen cosas que los Hombres no podemos. Son los ídolos que idolatramos, iconos e iconografías que hemos creado a imagen y semejanza de nuestras necesidades y ambiciones que no dejan de ser, por extravagantes que sean, profundamente humanas. Hemos dotado a los dioses de alas para volar, de fuerza para vencer, de belleza para enamorar, de inmortalidad para no morir nunca. Antes orgullosos de su desnudez, sin nada que ocultar ante sus súbditos, con el tiempo perdieron su marmórea autoridad y se volvieron de carne y hueso y avergonzados de su naturaleza, se fueron cubriendo de paños más o menos translúcidos y oportunamente dispuestos por los vientos de la moralidad.
En los primeros libros iluminados que instruyeron a príncipes y princesas, el color y el material de las vestimentas proporcionaban una información esencial sobre el estatus social de los personajes, del lugar que ocupaba cada uno en el mundo. Según una ley de 1463 en Europa, los vestidos cortos con calzas que revelaban las nalgas de los hombres estaban restringidos a las clases altas.
Y todavía hoy, para que cada uno siga ocupando su lugar en el mundo, los modelos de la industria textil van señalando las directrices de nuevas modas encarnadas en los héroes de una mitología convertida en sugestivo storytelling para un imaginario hemisferio occidental. Sigue prevaleciendo la autoridad de la Divina Proporción de Luca Paccioli, las ilustraciones explicativas de Leonardo da Vinci y la Geometría Descriptiva de Alberto Durero; la imprenta y el papel ayudaron a establecer las proporciones del Hombre. Un patrón universal de la Naturaleza con base en el Número Áureo para un ideal de belleza.
El mundo del marketing, la publicidad y la propaganda, buscan el “botón reptiliano” que todos llevamos dentro, que enciende en nuestro disco duro, donde se grabaron en forma de ilusión y recuerdos, las primeras emociones de nuestra infancia, lo que evita que razonemos con frialdad y claridad, que nos ocupemos por ejemplo, de la utilidad de los productos, precio o calidad, y que ocultan las falacias y falsas promesas.
Un problema que muchos tenemos, aunque la Proporción Áurea es una realidad comprobada, por ejemplo, en la relación de medidas en nuestros dedos, entre la falange, la falangina y la falangeta, es que algunos tenemos la cabeza grande en relación a la altura, carecemos de cuello, tenemos los fémures cortos o estamos gordos. Las modas hechas para cuerpos supuestamente perfectos sencillamente nos hacen ver ridículos y feos. El Ideal Clásico, quizás advertido de esto, optó simplemente por la toga como la vestimenta más justa para todos. [+] |
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