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        Somos entidades biológicas diseñadas para pisar sobre la  corteza terrestre emergida del fondo del mar,   viajar por los caminos de agua que conectan los valles interiores y las  costas, descender más allá de los arrecifes y cruzar mares y océanos guiados  por las estrellas.  Se nos concedió bajar  hacia las profundidades de la Tierra por laberintos donde no llegan las raíces  de los árboles, arrancar de las paredes las piedras y cristales más preciosos y  trepar hasta la cima de las montañas más altas, hasta tocar las nubes y ver el  mundo a vuelo de pájaro.  
           
         
          Impedido de volar, el hombre observa con asombro y  admiración a las aves que ejercen su autoridad en el reino de los cielos. Los  pájaros le obsesionan, los dibuja, los pinta, los esculpe, se adorna con sus plumas,  otorga alas y el don de volar a caballos, toros o leones, imagina entidades  angelicales, seres alados con apariencia humana, ángeles, arcángeles, que nunca  caen,  mensajeros celestiales que  descienden a la altura de los hombres para susurrar a los escogidos ciertas  revelaciones.  
             
           
           El verbo revelar es la acción de quitar el velo, o iluminar con velas la  oscuridad, para hacer visible lo invisible, tangible lo intangible,  comprensible lo que estando allí delante no  llegamos a comprender porque no lo sabemos ver. Sin embargo, sabemos que las revelaciones  pueden ser peligrosas. Galileo fue inhabilitado como profesor de matemáticas y  puesto bajo arresto domiciliario por habernos revelado en su Sidereus Nuncius [mensaje de las  estrellas] lo que vio a través de su telescopio: que las lunas de Júpiter  orbitaban a Júpiter desobedeciendo las órdenes celestiales dictadas desde Roma. [+] | 
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