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Cada vez que visito un museo siento esos ojos alertas clavados en mi nuca. Mi mayor defecto es acercarme demasiado a las pinturas. Es como si ya no hubiese estudiosos y amantes de las bellas artes, observadores de imágenes sin otro afán que su contemplación y comprensión. Se es presunto culpable de querer destruir las pinturas porque formamos parte de una manada, de una estadística. Y como “la costumbre se hace ley” allí donde no hay otro legislador que el vulgo [hoy convertido en algoritmo], nadie discute que eso ocurra.
Es la masificación del turismo, un accidente cultural que se ha legitimado, que se ha hecho perpetuo y global. Al parecer el pecado original es haber permitido que los objetos se clasificaran según contengan textos escritos o simplemente sean formas y colores. ¿Es acaso que las imágenes, por el hecho de ser mudas, no tienen nada que decir?
Por suerte, muchas pinturas que se merecen una contemplación larga y silenciosa no figuran en las guías turísticas y están a salvo en los museos, en salas que nadie visita. [+] |
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