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  SEVILLA, PUERTO DE INDIAS
 

En 1503 los Reyes Católicos decretaron la creación en Sevilla de la Casa de Contratación de Indias con el fin de regular la navegación y el comercio con el Nuevo Mundo. En las Ordenanzas se especificaban entre sus finalidades:

“recoger y tener en ella, todo el tiempo necesario, cuantas mercaderías, mantenimientos y otros aparejos fuesen menester para proveer todas las cosas necesarias para la contratación de las Indias; para enviar allá todo lo que conviniera; para recibir todas las mercaderías e otras cosas que de allí se vendiese dello todo lo que hubiese de vender o se enviase a vender e contratar a otras partes donde fuese necesario”.

En el siglo XVI Sevilla se convirtió en un foco de atracción internacional siendo visitada asiduamente por ilustres personajes. Andrea Navagero, que llegó a Sevilla en 1526 como embajador de la república de Venecia para asistir a las bodas del emperador Carlos V e Isabel de Portugal, comenta de su paso por Sevilla:

"que la ciudad se halla poco poblada y casi en poder de las mujeres. Todo el vino y el trigo que aquí se cría se manda a las Indias, y también se envían jubones, camisas, calzas y cosas semejantes que, hasta ahora no se hacen allá y de que sacan grandes ganancias. [...] vienen todas las cosas que se traen de aquellas partes, porque las naves no pueden descargar en otro puerto; al llegar la flota entra en dicha casa gran cantidad de oro con el que se acuñan muchos doblones cada año; el quinto es para el Rey, y suele casi siempre montar cerca de 100.000 ducados cada año. Dicen los mercaderes que de algún tiempo viene menos oro que solía, pero los viajes continúan y todos los años van y vienen naves. Vi yo en Sevilla muchas cosas de las Indias y tuve y comí las raíces que llaman batatas, que tiene sabor de castañas[...] También vi algunos jóvenes de aquellas tierras, que acompañaban a un frailes que había estado allí predicando, para reformar las costumbres de los naturales, y eran hijos de señores de aquellos países; iban vestidos a su usanza, medio desnudos, y sólo con una especie de juboncillo o enagüetas; tenían el cabello negro, la cara ancha, la nariz roma, casi como los circasios, pero el color tira más a ceniciento; mostraban tener buen ingenio y vivo para todo, pero lo singular era un juego de pelota que hacían a estilo de su tierra...”

 

 

 
 
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