INDIVIDUALES, GUILLERMO MUÑOZ VERA
Damian Carol
La Habana, Cuba, es sin lugar a dudas una de las ciudades más fascinantes, misteriosas y patéticas del mundo. La historia de su deplorable condición después de años de un liderazgo represivo ha sido contada por muchos, y su persistente belleza ha atraído a fotógrafos, turistas, viajeros y cineastas. Esta exposición de 44 grandes pinturas híperrealistas, con sus correspondientes fotografías (sus estudios digitales), describía los familiares contrastes de mar y ciudad, gente y lugares, enmarcados ahora por el meticuloso ojo del artista para la composición y el detalle. Guillermo Muñoz Vera es reconocido como maestro del realismo, al estilo de la pintura española, y estudiante consumado de las técnicas tradicionales y la historia del arte. Esta selección de obras estaba acompañada de un documental audiovisual y un precioso catálogo/libro en el que el artista explicaba que el proyecto era el tercero de una serie de exposiciones individuales basadas en una premisa similar: “Desarrollar una idea simple que no está desprovista de problemas, contradicciones e interesantes desafíos técnicos”. La Habana es un tema ideal para una exploración como ésta, y las imágenes de Muñoz Vera debían interpretarse como una historia de sus viajes (acompañada de texto en el libro), que es un diario visual de cada día y sus encuentros.
El artista describe la ciudad, su gente, la arquitectura y el paisaje en un prístino estudio estético. Aunque, sin duda, limpió las calles, su intención no era juzgar (lo que es fácil para el espectador, en especial en Miami) sino presentar una impresión visual como base para una pintura realista en sentido estricto: una composición hecha de color y textura, y cuidadosamente dispuesta sobre el lienzo. Como realista autoproclamado, el artista emplea sus impresiones visuales para moldear sus preferencias estéticas. Enfoca ciertos detalles, en especial la superficie de las edificaciones en ruinas, con sus corroídos detalles barrocos. En Ropa tendida marcó el contraste de la ropa tendida en los que alguna vez fueron elegantes balcones, y en Paseo nocturno II, el de antiguos carros adornando calles desiertas, incluso si necesitaban que se les empujara para andar. La gente afrontaba con alegría sus quehaceres diarios, a pesar de las que sabemos son circunstancias difíciles, y de lo que el artista describe como “las deplorables condiciones del vecindario”. Había una sensación de inverosimilitud, que era el contraste real, pero el espectador decidía si lo tenía o no en cuenta. El artista puede editar como le plazca para la realización de su pintura y, en efecto, lo hace.
Muñoz Vera es famoso por sus bodegones, y para esta serie continuó presentando el mundo en la misma forma ingeniosa; ahora, un auto antiguo, la estantería de un mercado, la hoja de una palma, o un edificio fueron el punto central de su verosimilitud. En Mercado único I, racimos de bananos estaban arreglados en una versión moderna de las pinturas de tiendas de abarrotes de la Edad de Oro, y para La Escalera Imposible, una ruinosa entrada enmarcaba una escalera que no conducía a ninguna parte, aunque representaba la atención del artista a la técnica tradicional. Muñoz Vera empieza cada pintura con una base de yeso y luego aplica capas de una pasta de grisalla (un método pictórico que utiliza sólo tonos de gris),color y veladuras translúcidas, para lograr los extraordinarios efectos texturales característicos de su obra. Esta técnica es particularmente adecuada para la desintegrada arquitectura de La Habana y también ofrece la oportunidad de mirar dos veces lo que en un principio puede ser hermoso, mientras atrae al espectador para que haga una inspección más detenida de su proceso y se dé cuenta de que es sólo una pintura, una fachada, como lo es La Habana, sólo una fachada.
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