MUÑOZ VERA
 
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El Nuevo Herald. Miami, EEUU. 3 de octubre de 2004
 

GUILLERMO MUÑOZ VERA: LA FUGACIDAD PERPETUA

Jose Antonio Evora

 

“Se puede entrar”, dice Gary Nader, y no es que haya abierto su galería al visitante. Esta mirando al óleo de Guillermo Muño Vera Piso en obras I, en el que un puerta al fondo de un corredor da paso a una estancia donde una caja, un saco de papel y dos cubetas de pintura hacen pensar que de un momento a otro aparecerá el pintor.

Es la quinta exposición personal que Nader le organiza a Muñoz Vera en loa últimos 10 años, y basta mirar las obras para entender por qué. El pintor chileno, radicado en España hace ya más de dos décadas, se mueve entre el foto realismo y una variante menos apasionada de la pintura naturalista con verdadera maestría.

Ahora el galerista trae sólo pieza hechas por el pintor durante los últimos tres años, y se nota que la pasión por el detalle fotográfico visto en cuadros como Chiquilín vistiéndose (1999) ya no marca su trabajo. Ocurre como si, después de haberse demostrado a sí mismo que podía competir con la fotografía en base de una técnica rigurosa, el pintor hubiera empezado a preguntarse de qué otra forma podía robarle visiones a la realido sin tener que someterse a sus tercos detalles.

La pintura realista entraña siempre un riesgo para quien lo hace, y es el verse acusado de falta de imaginación. Si bien es cierto que el artista no viene a concebir algo estrictamente nuevo desde el punto de vista de la experiencia del observador común, eso no significa que le sean necesariamente ajenas a novedades de otro tipo, acaso más sutiles. Está claro que se trata de un camino recorrido hasta el cansancio en la historia del arte. Por eso mismo, sin embargo, el desafío de aportar algo valioso es mayor.

Muñoz Vera ha entrado en esa fase de la carrera de todo gran artista en la que la peripecia técnica le impide traicionarse y retroceder. Los años tocando a las puertas del hiperrealismo curtiendo su manera de ver las cosas. Estas piezas reunidas ahora para  Nader marcan el despegue hacia la consumación de un estilo que, aprovechando las lecciones de los impresionistas y de los neoimpresionistas con la luz, carga su realismo de vibraciones inéditas.

Los Andes en marzo (2004), una de las obras más recientes entre las expuestas, es el típico ejemplo de cómo el artista, sin prodigar detalles, le reproduce la condición esencial del paisaje pintado: su majestuosidad. Si la obra atrapa el espíritu de algo no es el del lugar, sino el del momento en que ese lugar fue visto desde la perspectiva del artista, con todo lo que eso entraña. Su realismo renuncia a la imitación de la realidad, a cambio de perpetuar el fugaz momento en que esa realidad se hizo notable pera observar que era él.

La fotografía deja constancia de una visión, mientras que la pintura de Muñoz vera compite con esa misma visión, dotándola de las impresiones que arrastró luego de haberla experimentado. Si aceptamos que detrás de todo esto esta l luz, no sólo serán difíciles convenir en que el suyo no es tanto un realismo de la figuración.

De lejos, nadie discrimina que en El Mar (2003) están saltando las olas y que la espuma se desvanece en la resaca. De cerca, sin embargo, la cuestión se reduce a unos cuantos tonos blancos acentuados aquí, y otros más pálidos allá. Maia II (2004) es un fabuloso retrato de una muchacha afgana que levanta la vista de un libro. El espacio ocupado por una figura es menor del que queda libre, pero, contemplada a distancia, es justamente esa distribución lo que le da al cuadro un equilibrio.

Excepto ése y algún otro, sus cuadros abundan en escenas donde no aparece persona alguna. Muchos de los lugares elegidos por Muñoz Vera para sus pinturas están en medio de algún proceso incluso, por lo que la ausencia de individuos se compensa con las huellas de su paso. Parece como si no quisiera que una presencia humana desviara la atención de aquellos detalles del espacio cuya textura, iluminación y disposición le interesa subrayar. Y también el tiempo porque la falta de vida le resta importancia a su avance. La escalera (2004) es un buen ejemplo.

Piezas como Cielo patagónico (2004) dan una idea de lo que el pintor es capaz de hacer para que sea cada vez más luz, y no la línea, la protagonista de su realismo. Esa, Los Andes en marzo y La cordillera están en el mismo grupo. De sus pinceladas gruesas u crujientes está emergiendo un Muñoz Vera que parece dispuesto a abandonar la comodidad de la meta para lanzarse en otra carrera.

 

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