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III. DE CÓMO PEDRO DE VALDIVIA SALIÓ DEL PERÚ A LA CONQUISTA DE CHILE POR TIERRA:
Y LA CAUSA QUE A ELLO LE MOVIÓ
Después que don Diego de Almagro llegó al Perú, como hemos dicho, se movieron diferencias y discordias entre él y el marqués Francisco Pizarro sobre la partición de aquel reino, como hombres que de conformidad y compañía lo habían descubierto y poblado. Vino en tanto rompimiento, que los amigos de Francisco Pizarro mataron a don Diego de Almagro; el cómo y de la manera que fue no estoy obligado a escribirlo, pues no lo tomé a mi cargo sino las cosas y casos de guerra que han acaecido en este reino de Chile.
Entre los que más prenda metieron fue Pedro de Valdivia a quien Francisco Pizarro había dado cargo de maestro de campo, así por ser de su tierra de Extremadura como por tener práctica de guerra de cristianos, la cual había adquirido y seguido en tiempo del marqués de Pescara en la compañía del capitán Herrera, natural de Valladolid, sobre la diferencia y competencia que se tuvo con el rey Francisco de Francia sobre el Estado de Milán. Y así, después de sosegadas las discordias del Perú, pareciéndole a Valdivia, aunque Francisco Pizarro le diese de comer como en efecto se lo daba, no había de ser más de un vecino particular, como hombre que tenía los pensamientos grandes, hallando aparejo para que hubiese efecto su pretensión por la obligación en que le había puesto, trató con Francisco Pizarro, que como su capitán y en nombre suyo le enviase con gente a poblar la tierra de Chile; entendiendo que puesto en ella cualquiera que al Perú viniese le conformaría el gobierno de aquel reino, o todo faltando, lo negociaría con su Majestad. Francisco Pizarro le quiso pagar y agradecer lo que había servido en el Perú; pues lo que le pedía no era cosa que a él paraba perjuicio, antes acrecentaba su imperio, le respondió y dijo: que se holgaba dalle contento en todo lo que él quisiere. Concertados de esta manera, le dió comisión para que como su capitán hiciese gente y se fuese cuando quisiese.
Valdivia juntó en breves días ciento y setenta hombres bien aderezado, pertrechados de armas y otras cosas convenientes para la impresa que traía. Se puso en camino y proveyéndose de ganados y yeguas para la ampliación de la tierra, y prosiguiendo su jornada llegó al valle de Atacama, que es a la entrada del despoblado, y deteniéndose allí algunos días para proveerse de matalotaje con que pasar aquellas ochenta leguas de arenales, un soldado de poco ánimo arrepintiéndose de haber venido en aquella jornada, comenzó a tratar de secreto con otros amigos que tenía se volviesen al Perú, pues estaban tan a la puerta de él. Esta plática Valdivia la vino a saber, e informado de la verdad, lo mandó luego ahorcar; y hablando a los demás no derribasen sus ánimos, sino que tuviesen constancia, y pues llevaban una empresa tan principal donde todos serían remediados, no se aniquilase ninguno en hacer semejante torpeza.
Después de haberse proveído de bastimento para el camino, entró por el despoblado sin acaecerle cosa que notable fuese; llegó al valle de Copiapó y desde allí, prosiguiendo su camino, reconociendo la tierra y la disposición que tenía, entró en el valle y llano de Mapocho, acariciando los principales que de camino le salían a ver, buscando dónde hacer asiento y poblar para desde allí descubrir y visitar la provincia; y siendo informado que en ninguna otra parte hallaría tan buen sitio como en donde estaba después de haber visto lo demás, pareciéndole ser lo mejor, hizo asiento y pobló donde agora es Santiago.
Luego trazó la ciudad y repartió solares en que hiciesen casas algunos caballeros que consigo llevaba y otros soldados de menor condición, dándoles indios a todos los más, conforme a la posibilidad de la tierra. Estando ocupado en dar traza y buena orden, así en lo presente como en lo de adelante, acaeció lo que muchas veces se ve en semejantes jornadas, que algunos soldados, amigos de novedades, intentaron y comenzaron a tratar con otros de su condición, palabras que provocaban a alboroto y motín, diciendo: que habían venido engañados a mala tierra; que mejor les sería volverse al Perú, que no estar esperando cosa incierta, pues no veían muestra de riqueza encima de la tierra, y que no era cosa justa a hombres de bien, por hacer señor a Valdivia, pasar ellos tantos trabajos y necesidades como por delante tenían. A esta plática tomó la mano un caballero de Córdoba que se llamaba don Martín de Solier, tratando con un Pastrana de Sevilla y con otros, que Valdivia era un soldado codicioso de mando y que por mandar había aborrecido al Perú, donde el marqués le daba de comer y no lo había querido, y que agora que los tenía dentro en Chile era cierto serían forzados a todo lo que quisiese hacer de ellos sin ser parte para volverse, y que era de hombres cuerdos y prudentes mirar con tiempo lo de adelante y repararlo, antes que queriendo no pudiesen; y que aunque les había dicho que lo haría muy bien con todos, le tenían por hombre de fe incierta y después haría a su voluntad como le pareciese.
Estas cosas que se andaban tratando no pudieron ser tan secretas que Valdivia no lo viniese a saber, y hecha bien la información halló que era necesario hacer castigo de ellos; porque habiéndoles dado la pena que la guerra en tal caso por sus leyes determina, los demás quedarían quitados de semejantes liviandades, no sólo para no ejecutarlas, mas ni aun para tratarlas; y así los mandó prender, y porque no le rogasen ni importunasen por su salud, mandó a Luis de Toledo, alguacil mayor del campo, que luego los ahorcase y con ellos a otros cuantos que eran culpables, y mandó luego juntar todo el campo, donde les hizo una oración a costumbre de guerra, los dejó y quedaron todos sosegados. Allí les amonestó se apartasen de semejantes tratos y pláticas tan dañosas, pues de ellas no podían resultar menos que semejantes castigos. Quedó Valdivia con este castigo que hizo tan temido y reputado por hombre de guerra, que todos en general y en particular tenían cuenta en darle contento y servirle en todo lo que quería, y así por esta orden tuvieron de allí adelante. |