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´[1]
El estrato social bajo, mayormente mestizo, aparece asociado desde temprano con la imagen ambivalente erciliana del araucano. La figura emblemática del "roto chileno" está hecha a base de una mezcla de idealización y reticencia análoga a la que Ercilla usara para retratar al araucano. Enrique Solar Correa afirma que "todos los Caupolicanes, las Fresias, las Tegualdas que circulan por nuestras calles reconocen como auténtico padrino a nuestro poeta... En Chile respiramos a Ercilla y no lo sabemos" (Semblanzas literarias de la colonia 45-48). Orrego Luco, por su parte, realiza una ostensible igualación en su descripción del "roto": Fuerte, resistente para el trabajo, robusto i capaz, al mismo tiempo, de las mayores privaciones y fatigas, es aficionado a la embriaguez, a menudo dado al robo, aficionado a las riñas. Dotado de la supersticion en que lo sumian su ignorancia i la herencia de las preocupaciones españolas, tiene la valentia i el empuje del indio araucano ("Las jerarquías sociales" 41).
Previsiblemente, los defectos de los araucanos no son compartidos por el segmento de la población que Orrego Luco denomina "la clase criolla", en quienes, sin embargo, dice que "existia un amor ardiente al suelo de la patria, unido a la creencia de que el pais no era superado por ningun otro en riqueza, en fertilidad, en hermosura, ni en progreso" (41). |
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´[2]
La Araucana ya era una piedra angular del discurso patriótico chileno aun antes de que Bello la canonizara como la Eneida de la joven nación. Incluso en la etapa que podríamos denominar pre-historiográfica de la república (es decir, antes de que el científico francés Claudio Gay sacara a luz la primera historia de Chile) se encuentran muestras de la utilización del panteón mítico inventado por Ercilla. En El chileno instruído en la historia topográfica, civil y política de su país se encuentra el siguiente diálogo: Sob[rino]: Hubiera conocido yo de buena gana a este valeroso jóven chileno Lautaro. Tío: Ya eso es imposible: imítale en el patriotismo, y serás aplaudido como él" (176). El abate Ignacio de Molina, de cuyas páginas el autor del Chileno instruído saca su información, había utilizado ya La Araucana como puntal de autoridad de su compendio, no necesariamente como fuente documental, sino como modelo de caracterización del habitante de Arauco. |
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[3]
José Victorino Lastarria le niega incluso la "nacionalidad" a Pedro de Oña y al abate Molina: De suerte, señores, que nuestra nulidad literaria es tan completa en aquellos tiempos, como lo fue la de nuestra existencia política. Pedro de Oña, que según las noticias de algunos eruditos, escribió a fines del siglo XVI dos poemas de poco mérito literario, pero tan curiosos como raros en el dia; el célebre Lacunza, Ovalle el historiador i el candoroso Molina . . . son los cuatro conciudadanos, i quizá los únicos de mérito, que puedo citaros como escritores; pero sus producciones no son timbres de nuestra literatura, porque fueron indíjenas de otro suelo i recibieron la influencia de preceptos estraños.
(Recuerdos literarios 17). |
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[4]
En las palabras de los traductores al inglés del Arauco domado: "Ercilla is the spokesman of the Araucanian Indians, and his work, as in a high tribunal, stands against the strictly Spanish viewpoint of Oña, a native Chilean" (Charles Maxwell Lancaster y Paul T. Manchester, Arauco Tamed 15) o en las más recientes de un crítico chileno: "Oña fue un artista de mentalidad colonial que no presintió para nada el destino de América" (René Jara, El revés de la arpillera 26).
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[6]
Francisco Javier Cevallos ha planteado muy acertadamente que "Ercilla's view of the Indians is inconsistent", y más aún, que "the 'real' Araucanians are not depicted in such positive and heroic way" ("Don Alonso de Ercilla and the American Indian: History and Myth" 17, énfasis mío). La motivación de Cevallos es la de establecer el carácter literario del poema -"a Spanish poem of the European Renaissance"- mientras que en estas líneas se pretende expandir lo innegablemente literario hacia el plano de la recepción del poema y su influencia como fuente de imágenes germinales en el discurso de la nacionalidad chilena. Otra manera de caracterizar lo que Cevallos ve como "inconsistent" es la de oscilante. Acotemos aquí también que así como Ercilla ha sido leído como defensor del araucano, Pedro de Oña ha sido acusado de tener una mentalidad demasiado "colonizada" para un criollo. Véase Rodríguez, Mario, "Un caso de imaginación colonizada: Arauco domado". Acta literaria 6 (1981): 79-92. |
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[7]
Véase al respecto el trabajo de Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, y Roberto Castillo Sandoval, "Remedios para el 'embrollado laberinto' de Arauco: Barros Arana y el lugar del Cautiverio feliz en la historiografía de Chile", a publicarse. |
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[8]
Valdivia escribe:
. . . porque esta tierra es tal que para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo -dígolo porque es muy llana, sanísima, de mucho contento; tiene cuatro meses de invierno no más, que en ellos, si no es cuando hace cuarto la luna, que llueve un día o dos, todos los demás hacen tan lindos soles, que no hay para qué llegarse al fuego. . . . que parece la crió Dios a posta para tenerlo todo a mano" ("Cartas de relación de la conquista de Chile" 43-44).
Véase: Lucía Invernizzi, "La representación de la tierra de Chile en cinco textos de los siglos XVI y XVII" |
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La última batalla de las guerras de Arauco, librada en 1883, culminó con la derrota de los indígenas y la ocupación de las ruinas del lugar donde más de tres siglos antes, en 1552, Pedro de Valdivia y sus conquistadores habían fundado el pueblo de Villarrica. Entre los vencedores de la jornada aparece el nombre de "Caupolicán". No se trata, evidentemente, del célebre héroe araucano, ni tampoco de algún jefe mapuche que descendiera de él, sino de un batallón del ejército de la República de Chile, formado por veteranos de las campañas fronterizas, muchos de ellos fogueados en la recién concluída y sangrienta Guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia. El batallón "Caupolicán" no era, ni mucho menos, el único cuerpo armado chileno bautizado en homenaje a los héroes del poema de Ercilla. Por esa misma época, con un dejo de asombro y resignación, Domingo F. Sarmiento comenta el surgimiento de una verdadera onomástica derivada de Ercilla dentro de la cultura chilena:
La historia de Chile está calcada sobre la Araucana, y los chilenos, que debían reputarse vencidos con los españoles, se revisten de las glorias de los araucanos á fuer de chilenos estos y dan á sus más valientes tercios . . . y á sus naves [los nombres] de Lautaro, Colocolo, Tucapel, etc. Y creemos que estas adopciones han sido benéficas para formar el carácter guerrero de los chilenos, como se ha visto en la guerra reciente con el Perú [Conflictos y armonías de las razas de América 49].
El desplazamiento onomástico que permite bautizar al chileno patriota con el nombre del araucano heroico va acompañado de una transferencia análoga entre la República de Chile y el territorio de Arauco: así como el nombre de Caupolicán es definitivamente chilenizado, la Araucanía es apropiada y sustituida por Chile. Arauco y Chile son los elementos territoriales de la tensa ecuación ideológica y simbólica que se remonta a Ercilla, la que puede ser resuelta al lograrse por fin la posesión efectiva de la Araucanía y la capitulación de sus rebeldes habitantes. Horacio Lara, cronista chileno de la última guerra de la Araucanía, describe diáfanamente los términos y los alcances de la transacción de nombres:
con la ocupacion de Villa-Rica habia llegado el último dia de existencia para Arauco (460); quedaba borrada para siempre de nuestro mapa aquella seccion territorial...La Araucanía desaparecia, pues del todo [Crónica de la Araucanía 464, énfasis mío].
La república de Chile, en efecto, borra a la Araucanía con una conquista militar cuyos emblemas –procedentes a todas luces del mito erciliano- hacen posible que la ocupación se represente como si fuera de verdad una recuperación. El "Caupolicán" chileno, también conocido como el regimiento de los "soldados-obreros", reconquista un territorio a cuya posesión tiene derecho en virtud de su demostrado valor guerrero y su ferviente amor a la patria.[1] El panegirista de la reconquista chilena habla de Villarrica, llamada "la ciudad de las ruinas", en términos que despiertan en los oídos del lector contemporáneo las resonancias de la invocación que haría Neruda frente a los restos de otra ciudad perdida en el tiempo, en "Alturas de Machu Picchu". Pero la invocación de Lara tiene un sentido diametralmente opuesto a la del poeta del Canto general: es el pasado hispano que renace después de haber estado sepultado por la historia de dominación territorial indígena:
Renacerá de sus cenizas la opulenta Villa-Rica, la infortunada ciudad de Pedro de Valdivia... ; renacerá, sí, la ciudad famosa, i descorrerá el denso velo que por trescientos años ocultaba sus infortunios, ...esperando adorm[ec]ida en el augusto osario de sus solemnes ruinas el jenio providencial que alguna vez descendiera a ella i le dijera solícito: "Lázaro, levántate, i anda" (451).
En efecto, la Villarrica fundada por Valdivia "sube a nacer" al ser rescatada por el regimiento Caupolicán, mientras que Arauco se convierte, como contrapartida, en "tumba inmensa", como lo llama Eduardo de la Barra en un poema seudo-elegíaco de la época, aptamente titulado "La Araucana" ["Ay de mí, ay de mí/ Ya se acabó mi tierra! Arauco ya no existe!"]. Con la obliteración de toda señal de resistencia por parte de los indígenas mapuches, estos pasan a ser en efecto una suerte de "ex-araucanos": en su derrota son despojados definitivamente de todas sus antiguas cualidades míticas, de las que toman posesión, junto con el territorio, los oficiales criollos triunfadores y sus soldados mestizos. Lara narra así la clausura del parlamento final entre chilenos y araucanos:
La banda de música rompió con la canción nacional; y habiéndoseles advertido a los [indios] que ese himno era la canción guerrera de los chilenos, lanzaron un estruendoso grito de exclamación ¡Viva Chile! (451).
Llega aquí a un punto culminante la pugna simbólica por igualar Arauco y Chile que se halla en la base del proyecto de identidad patria de los criollos chilenos. Este proyecto, creía Sarmiento, se apoya en la caracterización de Arauco y los araucanos hecha por Ercilla. Sin embargo, la percepción de Sarmiento -y de muchos otros- de que La Araucana influye positivamente en la formación de la identidad nacional chilena depende de una lectura altamente selectiva del poema épico, dado que el mito erciliano "en bruto" presenta un antagonismo virtualmente insubsanable entre españoles y araucanos, antagonismo que no es congruente con la igualación de signo positivo entre Chile y la Araucanía que se concreta con el triunfo simbólico de "Caupolicán" en Villarrica. Para encontrar la pista del mecanismo que permite representar la derrota y el desplazamiento del indígena mapuche por medio de un triunfo del araucano mítico ["Caupolicán"], será necesario elucidar la elaboración posterior del mito erciliano a manos de criollos como Pedro de Oña. Esta elaboración, centrada en torno al problema del territorio patrio, sí podría explicar la dinámica discursiva que permite -y necesita- la derrota del pueblo mapuche a manos del chileno decimonónico en guisa de Caupolicán.
La fortuna crítica de los dos poemas épicos principales que versan sobre las guerras de Arauco encierra una paradoja. Por una parte, el español Ercilla y su obra han sido ubicados desde muy temprano en un lugar francamente privilegiado dentro de la literatura, la historiografía y esa entidad nebulosa a veces denominada la "cultura chilena".[2] El gesto temprano de apoyarse en la imagen del araucano ficticio cobró fuerza en la historiografía y la literatura chilena hasta convertirse en el mito fundacional por excelencia, el lugar de la imaginación donde se gesta la fusión de los dos componentes vitales de la nacionalidad que recién emerge. Este proceso de canonización de La Araucana alcanza su punto culminante en la reelaboración poética llevada a cabo por Pablo Neruda en su Canto general, en el cual el legado poético de Ercilla es vertido plenamente dentro de un discurso de reivindicación americanista. El Ercilla de Neruda incluso posee el don de la clarividencia histórica, que le permite discernir algo nuevo e insólito en la realidad que enfrenta durante su fugaz paso por Arauco:
Él solamente solo nos descubrió a nosotros:
sólo este abundante palomo
se enmarañó en nosotros hasta ahora
y nos dejó en su testamento
un duradero amor ensangrentado.
Muy diferente ha sido la historia de la recepción del Arauco domado de Pedro de Oña, a pesar de que se le reconoce, como lo hace Lastarria en su famoso discurso de inauguración de la Sociedad Literaria, el vacuo mérito de ser el primer poeta nacido en el suelo patrio.[3] Mientras que Ercilla es admirado por su caracterización ideal del contrincante araucano, la obra de Oña ha sido criticada abierta o implícitamente por su esfuerzo de halagar casi servilmente al bando español representado por la figura de García Hurtado de Mendoza, a quien Ercilla colgara el baldón de "mozo capitán acelerado". La figura de Oña es para muchos el emblema de una mentalidad colonizada polarmente opuesta a la de un Ercilla supuestamente esclarecido y anticolonialista.[4] A pesar de que la supuesta igualación heroica entre indios y españoles de La Araucana pareciera darle al poema la virtud de la inclusividad, creemos que es en la obra de Oña donde se revelan con mayor profundidad las voces de todos los protagonistas de la pugna por el territorio de América, pugna tan íntimamente ligada al problema de la identidad nacional y continental, como lo expresa con lucidez el criollo americano por excelencia en el epígrafe que encabeza estas páginas.
La apropiación política de La Araucana no es nada nuevo en la cultura chilena. Andrés Bello ya veía en este poema un "sentimiento dominante . . . de una especie más noble: el amor a la humanidad, el culto a la justicia, una admiración generosa al patriotismo y denuedo de los vencidos" ("La Araucana de don Alonso de Ercilla y Zúñiga" 360), sentimiento que Bello adjudica principalmente a los españoles, en quienes quiere ver a los más legítimos ancestros de los chilenos. En el siglo XX, esta apropiación se refleja en la reevaluación no sólo del poema, sino de la figura misma del autor, a quien se le llega a atribuir una conciencia de la posibilidad de una lectura "americana" y subversiva de su obra. Esta última lectura, de signo político de izquierda, ha perpetuado la percepción decimonónica (también propugnada por sectores nacionalistas a la derecha del espectro político) de que el germen de la identidad nacional chilena se encuentra contenido en el poema de Ercilla. Pero esta lectura se configura en torno a una Araucana en la que lo que prevalece no es la nobleza del conquistador, sino la imagen positiva del indígena derrotado, presentada por un autor crítico. Fernando Alegría lo expresaba así en 1954:
Ercilla... interpretó justamente lo que para nuestro continente constituye en un momento de su historia el tema épico por excelencia: la lucha por la libertad económica y política contra los imperialismos extranjeros... ,el poeta no es ya el mero cronista, sino el activo militante que une su esfuerzo al del pueblo para hacer historia
[La poesía chilena: orígenes y desarrollo del siglo XVI al XIX 40-41, énfasis mío].
Esta lectura destaca primordialmente dos aspectos del poema: la contraposición de los falibles españoles con la imagen enaltecida de los araucanos, y el esfuerzo por representar la lucha de este pueblo al nivel de las grandes epopeyas occidentales, afán que movería los variados mecanismos de mitificación empleados por Ercilla [Beatriz Pastor, Discurso narrativo de la conquista de América 494-519]. Pero esta interpretación, en mayor o menor grado, requiere soslayar el lado negativo del retrato del araucano para sostener la lectura de Ercilla como defensor del araucano o bien como crítico de la conquista.[6] Debido a la preponderancia del gesto de volver la mirada a Ercilla como fuente de la identidad patria, queda indebidamente oscurecida la complejidad de la recepción que La Araucana tuvo entre criollos como Oña, grupo social que se haría protagonista del proyecto nacional chileno después de la independencia y que encabezaría la apropiación territorial definitiva de la Araucanía.[7]
Locus amoenus vs. tierra maldita: el Arauco enemigo de Ercilla.
Si bien es cierto que en ocasiones Ercilla utiliza "Chile" y "Arauco" como términos intercambiables, en La Araucana se ve una constante separación entre el ámbito cultural y territorial de los españoles [generalmente llamado Chile] y el de los araucanos, el "Estado que tanta sangre ajena y propia cuesta/ ...que tuvo a Chile en tal estrecho puesta" [La Araucana, I, I, 11]. Lejos de confundirse, Chile y el Estado araucano son entidades que se repelen mutuamente y cuyo contacto inevitablemente conduce a la confrontación violenta:
Es Arauco, que basta, el cual sujeto
lo más deste gran término tenía
con tanta fama, crédito y conceto,
que del un polo a otro se estendía,
y puso al español en tal aprieto
cual presto se verá en la carta mía;
veinte leguas contienen sus mojones,
poséenla diez y seis fuertes varones
[La Araucana, I, I, 12].
Desde su descubrimiento, la caracterización de la tierra de Chile había oscilado entre la imagen de "tierra maldita" cuya naturaleza hostil derrota la primera expedición de Diego de Almagro, y la de cornucopia exaltada tan elocuentemente por Pedro de Valdivia en su segunda carta a Carlos V.[8] Pero en La Araucana la descripción del territorio no se refiere solamente a sus cualidades naturales, sino que se lo vincula con la transformación que sufre a manos de sus habitantes indígenas. Desde el Canto I comienza un ambivalente vaivén descriptivo del territorio, acompañado con frecuencia de la presencia de los indígenas. En la octava 38 Ercilla describe el lugar en que se reúne el concilio araucano con imágenes bucólicas y armoniosas; pero ya en la siguiente estrofa se dice que este locus amoenus no es un paraje netamente natural, sino que ha sido escogido, diseñado y modificado por sus habitantes:
Hácese este concilio en un gracioso
asiento de mil florestas escogido,
donde se muestra el campo más hermoso
de infinidad de flores guarnecido:
allí de un viento fresco y amoroso
los árboles se mueven con ruido,
cruzando muchas veces por el prado
un claro arroyo limpio y sosegado,
do una fresca y altísima alameda
por orden y artificio tienen puesta
[La Araucana, I, I, 38-39, énfasis mío]
Pero inmediatamente el poeta matiza la imagen idílica mediante la caracterización negativa del nativo: "Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta/ aquel que fue del cielo derribado,/ que como poderoso y gran profeta/ es siempre en sus cantares celebrado" [La Araucana, I, I, 40]. Esta alusión demoníaca es constante, y se encuentra a menudo ligada a la valentía -virtud principal del araucano- que resulta así denigrada de manera fundamental [I, I, 41]. En la octava 45 concluye:
En fin, el hado y clima de esta tierra,
si su estrella y pronósticos se miran,
es contienda, furor, discordia, guerra
y a solo esto los ánimos aspiran;
todo su bien y mal aquí se encierra:
sus hombres que de súbito se aíran,
de condición feroces, impacientes,
amigos de domar estrañas gentes. |