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Gracias a la meritoria labor de los arqueólogos y de modernos criterios de restauración, hemos podido retroceder en el tiempo y reinterpretar fragmentos de la memoria de civilizaciones perdidas. Desde los tiempos más remotos, el hombre ha manipulado los elementos de la naturaleza para alterar su forma, su textura o color reordenándolos para crear las primeras imágenes con contenido. Subsisten al paso del tiempo suficientes representaciones visuales en sus soportes originales: pinturas rupestres, petroglifos, geoglifos, utensilios domésticos, herramientas, armas o máscaras funerarias, que dan buena fe de ello.
Aunque en muchos lugares visitables, en libros, bibliotecas, museos [y felizmente en la Red] podemos apreciar un largo recorrido de más 30.000 años de presencia humana en la Tierra, sin embargo, no sabemos tanto como creemos. Los vestigios arqueológicos hallados constituyen una proporción minúscula y no todos los restos encontrados han sido descifrados. Más aún, muchos divulgadores científicos poco rigurosos, aprovechan las grandes lagunas de conocimiento existentes para elaborar fantasiosas teorías, dando por sentado verdades sobre las que no hay consenso unánime con el único afán de justificar determinados dogmas, intereses políticos o económicos.
También hay que considerar la manipulación que los propios historiadores hacen de la historia. Intencionadamente o por falta de rigor la historia de la imagen no existe como tal. Sus técnicas de elaboración, su contendo y la finalidad que ha tenido la imagen a lo largo del tiempo, está fragmentada en centenares de disciplinas estancas que no hacen posible su estudio como un todo, como una herramienta visual única que el hombre ha utilizado desde diempre para comunicar y comunicarse. Las diferentes formas de escritura son, en esencia, imágenes más o menos abstractas. Acompañadas o no de imágenes comprensibles para analfabetos, se han impartido los dogmas de la Fe, de la ciencia, la propaganda, la publicidad...y el arte.
En la actualidad, esa misma necesidad ancestral de comunicar y mantener vínculos sociales o estratégicos, explica el gran éxito comercial de las nuevas tecnologías [audio]visuales en desmedro de otras técnicas que posiblemente no deben ser descartadas. Estas innovaciones, que se comenzaron a desarrollar vertiginosamente a partir de la fotografía y la comunicación vía satélite, en pocos años han cambiado el sentido y la forma de crear imágenes. La instauración de los sistemas digitales y el advenimiento de las redes globales [que permiten la comunicación en tiempo real] ha desprovisto a la imagen del profundo sentido que un día tuvo como manifestación de la transmisión del conocimiento y la cultura de las diferentes sociedades.
Hoy se nos educa para asimilar imágenes sintéticas, a través de la forma y el color de las cosas según parámetros internacionalmente codificados, los valores estándares y un observador patrón definido. Una suma de imágenes que configura esa [otra]realidad inventada, que cuando va acompañada de textos o palabras no siempre bienintencionadas, nos hace protagonistas de una peligrosa ficción que nunca pudo intuir la mente más prodigiosa de la era pre-industrial
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