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Queridos amigos y amigas,
Hoy se cumple un año del trágico terremoto/tsunami que azotó nuestro país el 27 de febrero de 2010. Cientos de miles de compatriotas hoy padecen las penurias de haberlo perdido todo y, muchos de ellos, sufren aún con tristeza la pérdida de familiares y amigos. Quizás nunca sepamos la cifra real de las víctimas de esta tragedia.
A pesar de todo, en un gesto de rebeldía ante el infortunio, estamos aquí para celebrar y compartir. La razón que reúne hoy a nuestras respectivas familias, es un hecho afortunado.
Como diría Don José Manuel [Pincheira], solo mi Dios sabe cuanto me hubiese gustado estar aquí, entre vosotros, en este día tan señalado. Tras un año del cataclismo y de réplicas que no cesan, en esta pequeña caleta algunas familias pueden mirar con un poco más de optimismo hacia el futuro, aunque éste sea sólo por ahora el más inmediato: internarse en el mar en busca del sustento y los alimentos.
Esta humilde donación, en la que muchos españoles han contribuido solidariamente, no es más que una entre las muchas aportaciones de particulares que han acudido en ayuda de los damnificados. En la parte que me toca, me siento afortunado, porque aceptando esta pequeña contribución, ustedes me han hecho sentir un poco menos inútil, menos distante, menos huérfano en estas lejanas tierras, donde el aire del sur no huele a lluvia, ni la cordillera se asoma tras las araucarias, ni se pueden contemplar los atardeceres reflejados en el mar. Esta misión me ha dado la oportunidad de darme cuenta que a pesar del tiempo transcurrido en la distancia, uno se debe a su tierra y a su gente. Después de más de 30 años de vivir en España, a pesar de todos los amigos y amigas que ya forman parte de mi vida en este país, me sigo sintiendo de esa región de Chile: La Araucanía.
No los quiero aburrir extendiéndome con mis palabras, pero quiero aprovechar la ocasión para compartir con ustedes, y en voz de mi hermano Rubén, algunos sentimientos que no puedo contener...ni quiero.
Cuando esa fatídica madrugada del 27 de febrero vi en la televisión las primeras imágenes del desastre, retrocedí cincuenta años en el tiempo, a los días que siguieron al gran terremoto del 1960. Desde el extranjero no funcionaban los teléfonos y no sabíamos nada de nuestros familiares. Por la televisión internacional comprendimos que el megaterremoto 8,8 había sido histórico, enormemente destructivo y que la alerta de tsunami se había disparado en todo el mundo. Estaban preparados todos los sistemas de protección civil en Hawai y en las costas de Japón donde incluso se evacuó a la población. Al mismo tiempo [e incomprensiblemente] la Señora Bachetet desactivaba la alerta de tsunami, induciendo a mucha gente inocente a regresar a sus casas donde, en lugar de su seguridad y sus pertenencias, encontraron la muerte. Mientras tanto, los responsables del gobierno y de la armada, demostraban ante las cámaras su ignorancia, su falta de vergüenza y su total falta de compromiso y lealtad hacia la población que debían proteger.
Este terremoto saca a la luz la cara más amarga de Chile: la injusticia social y la impunidad de gobiernos corruptos, sin conciencia de País, temerosos de una Constitución fraudulenta redactada en tiempos del dictador Pinochet y que no han tenido la valentía de revocar. Lejos queda el ejemplo de Salvador Allende y de muchos líderes que, como él, dieron su vida por defender los principios de justicia e igualdad.
También quiero hablar en nombre de cientos de miles de compatriotas que vivimos en el extranjero desde hace décadas. Somos aquellos chilenos de segunda, que como quedó expresado en ese mismo fraude constitucional, nos impide el derecho al voto y a participar libremente en la construcción de nuestra nación. Gente mezquina, con la mala conciencia de la traición, teme que el millón de chilenos que vivimos fuera del territorio desequilibre la balanza de las urnas, que otorga históricamente el bastón de mando a los propios verdugos de los derechos civiles.
La codicia y la falta de escrúpulos se ha instalado en nuestro país impunemente. Intereses empresariales y representantes políticos ocultan sus fechorías parapetados detrás de la cordillera y envueltos en una nube de desinformación y mentiras. Desde tiempos de la dictadura y en los cuatro gobiernos de la Concertación incluido el actual, se han gastado importantes cantidades de dinero para introducir en la opinión pública internacional el concepto del “milagro chileno” manipulando, con descaro, el verdadero índice de pobreza, las cifras de desempleados y la calidad de los servicios públicos básicos de nuestro país. Y lo han conseguido. Para el resto del mundo la imagen de Chile se asocia con valores de estabilidad, de democracia, de progreso e igualdad. Las estadísticas y los medios de comunicación especializados han sabido ocultar nuestra verdadera realidad durante décadas a los ojos de los inversores extranjeros, ávidos de encontrar el mejor negocio de todos: robar impunemente las riquezas de una región que no es la suya y tras desmantelar el control del Estado y las organizaciones sociales, no respetar los convenios laborales ni los derechos humanos que son ley en su propio barrio y en el mundo “desarrollado” en el que se desenvuelven.
Por esta razón Piñera pasará a la historia como el Santo Protector de los mineros del desierto. Nadie informó a la opinión pública internacional que cada año mueren aplastados más de 300 mineros, y que Chile es uno de los pocos países que no ha ratificado el convenio de la Organización Mundial del Trabajo [OIT] que ampara los derechos y las condiciones laborales de los mineros del mundo.
Esta política de vender falsedades, financiada con dinero público año tras año, ha sido el mayor enemigo de los damnificados por el terremoto que acrecentó la pobreza histórica de buena parte de la población. El paisaje real de la destrucción se puso delante las cámaras de los corresponsales de las grandes agencias de noticias como la norteamericana CNN o la británica BBC, pero la información nos mostraba como un país modélico que sabía enfrentar los grandes retos. Se rechazó la ayuda internacional y se ocultó de una forma descarada la verdadera situación de desamparo que vivió y sigue viviendo la población afectada. Esto era una mancha demasiado grande que no encajaba en la gran mentira del “milagro chileno”.
Me resultó muy difícil sensibilizar a los españoles de la necesidad de colaborar. Hasta avanzado el año 2010 todas las campañas estuvieron dirigidas hacia el terremoto de Haití que encabezó durante meses las noticias en todos los telediarios. Hubiésemos podido recaudar mucho más dinero para las familias de la región si el gobierno no hubiese ocultado sistemáticamente la magnitud del desastre. En Europa, como en todas partes del mundo, hay gente generosa y de buena fe. Ellos no tienen la culpa de no saber, de no estar informados. Y tampoco saben lo que es un temblor de tierra, nunca lo han sentido. Estamos aquí demasiado lejos.
Sin embargo, las carencias que padecen los vecinos de Tumbes es una trágica realidad compartida por miles de millones de seres humanos en todo el mundo. Lo que está ocurriendo ahora en Egipto, Libia o Túnez es quizás solo el principio de las rebeliones en cadena de una inmensa mayoría harta de gobiernos corruptos y que reclama justicia. De igual modo, en Sudamérica, desde la frontera norte de México hasta Tierra del Fuego, compartimos este atropello sistemático. Hace ya más de cinco siglos que los países ricos cimentan su prosperidad a costa de la esclavitud y el expolio de las riquezas naturales de los territorios conquistados. Y cada vez que ha habido una rebelión, se asesinan a los líderes, a sus familias y amigos, y no dudan en provocar una guerra civil o un golpe de estado. Debemos darnos cuenta que para ellos somos simples mestizos, hijos no reconocidos, con obligaciones pero sin derechos, producto de relaciones prohibidas entre europeos y culturas nativas. Somos de una raza nueva que tiene apenas medio milenio de vida que, en la historia de la Tierra, es sólo un suspiro.
Vivir en Europa me ha permitido conocer de cerca el nivel de vida de la clase media en los barrios del mundo “desarrollado”, y la seguridad que otorga la prosperidad económica. Vivo en un país donde el Estado, a cambio de los impuestos, financian los servicios públicos que atienden las demandas de la población más desfavorecida, donde la educación, los servicios médicos y las autopistas son gratis, existe un tren de alta velocidad y los convenios laborales se respetan. ¡Cómo me gustaría que los pescadores de Tumbes viviesen como los pescadores vascos, gallegos o asturianos del norte de España! ¿Cómo consentir la doble moral que representa aceptar estas enormes desigualdades?
Yo no quisiera que esta colaboración con los pescadores de la región quedase en esta pequeña ayuda económica. Creo que los pescadores artesanales, por ser Chile un país con más de 4.000 kilómetros de costa, debieran contar con una organización fuerte con capacidad para hacerse oír. Amplificar la señal de las demandas sociales es tan imprescindible como justificada.
Y, para terminar, alargo un vaso de vino para brindar con vosotros desde la distancia.
Quiero agradecer a mi hermana Ana María todos sus desvelos por sacar esta tarea adelante. Y a mi hermano Rubén que siempre está en la lucha.
Y a ustedes, queridos amigos, les mando desde aquí a todos un gran abrazo, apretado y cariñoso. Queda pendiente una visita a Caleta Tumbes y un paseo en bote para saber como es la vida de los pescadores de Tumbes cuando se adentran en el mar.
¡Salud y mucho ánimo!
Guillermo
[Escrito en España el 26 de febrero de 2011] |