La luz de la Alhambra es una selección de pinturas pertenecientes a la serie De Egipto a Al Andalus que en conjunto rememoran y entrelazan con el presente los vestigios de antiguas civilizaciones siguiendo la huella de las primeras rutas marítimas que surcaron el Mar Mediterráneo.
El perfeccionamiento del arte de marear permitió el desarrollo de ciudades portuarias y puntos estratégicos intercomunicados por una fructífera actividad comercial a través de todos los litorales. Conectando las dos puertas de entrada al Mare Nostrum -el estrecho de Gibraltar hacia el poniente y el Mar rojo hacia el levante oriental- embarcaciones procedentes de todas las naciones del mundo conocido intercambiaban productos, ciencias, tecnologías y mentalidades, cuya fusión haría florecer algunas de las civilizaciones más impresionantes de la historia de la humanidad.
La consecuente multiculturalidad de las sociedades mediterráneas – tan inevitable como el temprano mestizaje de sus gentes- propició desde el principio de los tiempos la creación de pautas de comunicación, formas de lenguaje visual, corporal, musical, escrito y hablado, pictogramas, letras y números, que incluyeron sistemas internacionales de pesos y medidas.
Las invasiones bárbaras del norte y el desmembramiento del Imperio Romano hacia mediados del primer milenio de nuestra era no arruinaron el comercio ni las relaciones diplomáticas y culturales entre los pueblos mediterráneos. Por el contrario, la red portuaria siguió enlazando rutas terrestres cada vez más extensas y buscó alianzas para la mutua protección frente a las continuas amenazas de los hombres del interior.
Sin embargo, a partir del siglo VIII, un país llamado Al Andalus, al sur de la Península Ibérica con su capital en Córdoba, y más tarde el Reino de Granada, se convirtieron en los últimos reductos de la multiculturalidad mediterránea en la Europa medieval del sur.
Desde mi perspectiva austral, desinteresada y ajena a estos conflictos- el devenir de los tiempos y la implantación del relato histórico oficial de occidente dividió entre judíos, musulmanes y cristianos a estas culturas históricamente mediterráneas e indisolubles. Este ha sido el instrumento quirúrgico que ha seccionado en tres partes inconexas e irreconciliables este último período de una historia que se alarga su sombra más de dos mil años. El orden mundial que dice pretender la paz y la prosperidad de todos los pueblos, no se corresponde con un relato histórico que sólo hilvana hostilidades y fronteras que, en la práctica, no hubiesen hecho posible el desarrollo y la complejidad de estas sociedades mediterráneas que alcanzaron cotas de esplendor desconocidas en siglos pasados.
En su conjunto, esta exposición quiere rendir homenaje a las fecundas consecuencias del arte de navegar, del buen comercio, de la comunicación entre los pueblos, cuando los hombres llevaban consigo no solo sus mercancías, sino sus propios conocimientos y la humildad propia de una sabiduría que nos hace receptivos a las nuevas ideas, a nuevos conceptos, a otros dioses, a las herramientas intelectuales y tecnológicas orientadas al bien común, fundamento de todo Estado, pero también de cada ser humano.
Guillermo Muñoz Vera - 2014
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