Muñoz Vera es calculador en sus yuxtaposiciones entre las formas geométricas de las torres y las formas orgánicas de las nubes. Interrumpe la lisura de los bajorrelieves con puertas cavernosas y profundas perspectivas.
En su Salón del Trono juega con la dualidad entre las formas sólidas y la ilusión que produce la luz. Un arco que no se ve arroja una sombra nítida sobre el muro, creando profundidad donde antes no había nada y extiende la pintura a un espacio por detrás del observador.
Nos convertimos en cautivos del uso que da Muñoz Vera a la diminuta textura que imita la reacción de nuestro ojo ante la luz en movimiento. El tiempo y el espacio pronto se inclinan ante el aparente realismo de las obras.
Desorientar, Reorientar
A pesar de las reminiscencias del orientalismo del siglo XIX, el trabajo de Muñoz Vera no busca tanto el exotismo y la alteridad , sino la idea de que los tiempos modernos se nos presentan como la continuación de la antigüedad, no inconexos. “Ayer” es “ahora”.
Un gran retrato de la luna que cuelga en medio de la sala señala un salto hacia evocadores territorios.
En la siguiente obra nos enfrentamos con un hombre-toro alado asirio – un Lamassu – elevándose sobre las ruinas del desierto. Reaparece la luna en cuarto creciente, esta vez junto a una estrella. Ambas forman el símbolo del antiguo Oriente Medio. Una puesta de sol en colores pastel arroja sombras púrpuras sobre todo el ambiente. Una escena onírica.
A continuación nos encontramos Las Cariátides cuya mirada vuela sobre el azul de las aguas más azules hacia la lejana línea del horizonte… el bajo Manhatan! La Estatua de la Libertad se ha reducido a un punto de luz de color menta del tamaño de una moneda. Nuestro amado icono de la democracia se convierte en una simple jovencita que mira a sus hermanas más sabias.
Realidades
Las obras en esta exposición contienen los trabajos más imaginativos de Muñoz Vera. En proyectos anteriores ya había reinventado las vidas de los exploradores marinos, pintados en los paisajes de su Suramérica nativa, mezclándolos con las escenas cotidianas del Madrid de los años 80.
Las figuras que se representan en la exposición actual tienen una función específica en la distorsión del espacio-tiempo de Muñoz Vera.
Los personajes usan vestidos y turbantes tradicionales que no han cambiado durante cientos de años. Pocas veces miran al espectador, interactúan con su entorno, que ha sobrevivido de igual forma al desgaste del tiempo.
En una de las obras, una madre, un niño y un bebé están en la costa de Mauritania barrida por el viento. No podemos seguir la mirada de la madre porque la dirige a un punto situado fuera de la imagen. Algo en otra dirección llama la atención del bebé colgado en su espalda. Un niño, completamente desnudo, excepto por las zapatillas, está tirado sobre la arena mojada, contemplando los barcos que pueblan el horizonte.
No tenemos ni idea de lo que pasa por sus mentes, pero sabemos que multitud de esclavos han cruzado por esta playa en su nefasto viaje por el Atlántico. Los barcos traen esperanzas y tragedias, como siempre ha sido. Tal vez estos tres personajes piensen cada uno, y al mismo tiempo, en el pasado, presente y futuro.
Guillermo Muñoz Vera: Light of the Alhambra: May 1 - June 7
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